El reto del consumo colaborativo

La propuesta es compartir, colaborar, acceder o intercambiar bienes en vez de poseerlos. Pasar de la propiedad al uso. Y esta es la estrategia elegida por muchos como respuesta a la crisis (oportunidad). Las formas tradicionales de compartir, colaborar, intercambiar, prestar, alquilar y regalar se redefinen y amplifican con las nuevas tecnologías, las redes sociales, las comunidades, etc. Si el siglo XX fue el del hiperconsumo basado en el crédito, la publicidad y la propiedad individual, los defensores de esta tendencia señalan que el siglo XXI ha de ser el del consumo colaborativo a través de la reputación, la comunidad y el acceso compartido. El ahorro, las diferentes motivaciones sociales e, incluso, razones empresariales (imagen, reputación, responsabilidad social….) empujan su desarrollo, contando ya con varios casos de éxito, como por ejemplo:

  • El carpooling (blablacar, menoshumos de la CCAA de Aragón….) o el carsharing (socialcar, avancar…).
  • El couchsurfing (airbnb, homecompartia…).
  • La cantidad de comunidades y redes surgidas en torno a los objetos de segunda mano, el intercambio, al trueque e incluso la donación directa y desinteresada de productos que no se quiere que acaben en la basura (ebay, truekenet…).
  • El crowdfunding, financiación en masa, microfinanciación colectiva o micromecenazgo consigue sacar adelante proyectos que no encuentran financiación tradicional (bancaria, créditos oficiales…) a través de numerosas aportaciones de importe, en general, reducido (crowdacy, kickstarter…).
  • El coworking como forma de trabajo que permite a profesionales independientes, emprendedores y pymes de diferentes sectores compartir un mismo espacio de trabajo, tanto físico como virtual, para desarrollar sus proyectos profesionales de manera independiente, a la vez que fomentan proyectos conjuntos.
  • Los grupos de consumo, colectivos de consumidores autogestionados organizados de forma autónoma y horizontal que adquieren colectivamente a los productores, sin intermediarios, y de forma periódica y regular, productos de calidad, cercanos, de temporada y, en muchas ocasiones, ecológicos.
  • Los bancos de tiempo que manejan tiempo en vez de dinero. Son bancos llenos de valores que mejoran la salud de nuestra sociedad al poner a las personas en el centro de la vida en vez de al dinero.

Todas estas iniciativas enfrentan retos comunes: la consolidación económica (porque se ha de buscar la sostenibilidad), la maduración en aspectos legales (fiscalidad, protección de datos, derechos y garantías del consumidor, régimen de responsabilidades, licencias y autorizaciones…), y la medición de su efecto o impacto social (positivo). Aún con ello, la previsión es de un crecimiento, desarrollo y aumento de popularidad, casi sin precedentes. La pérdida de la confianza en sectores tradicionales (banca, instituciones, multinacionales…) y el papel de las comunidades y las redes sociales como generadores de información, conocimiento y reputación (es decir, confianza) auguran una evolución positiva de esta tendencia.

Pero si hablamos de retos, el mayor lo tiene aquel sector tradicional que ve como, de repente, las reglas del juego han cambiado y, quizás, el cliente pase a ser un competidor con un arma letal: la capacidad de decisión de compra. De momento, la reacción de muchos sectores tradicionales ha sido negativa, de ataque. Tal es el caso de las quejas de los taxistas sobre la aplicación Uber (que pone en contacto a conductores particulares y pasajeros), la petición de la patronal de autobuses Fenebús de cerrar BlaBlaCar (plataforma donde los usuarios pueden compartir los gastos de los viajes en coche), la ciudad de Nueva York llevando a los tribunales a AirBnb (que facilita el alquiler de habitaciones y apartamentos entre particulares).

Una encuesta reciente sobre el perfil de los “compartidores” españoles revela que son personas eficientes, con sentido común, ahorrativos, sociales. Comparten por dinero pero no solo por eso. Creen en un nuevo consumo al que es posible añadirle valores y sostenibilidad. Se trata de un consumidor de clase media, que ha recibido una buena educación y con inquietudes sociales. Para este grupo, compartir propicia experiencias sorpresa: siempre hay un margen para la aventura y la improvisación. Y por último consideran que su modelo de consumo es el futuro, puesto que permite un crecimiento sostenible en armonía con la naturaleza. Por cierto, no hablan de “consumidor” sino de “ciudadano”. Según Albert Cañigueral: “Como se dice en inglés, me aplico el walk de talk (haz lo que predicas). Utilizo el bicing, trabajo en un espacio de coworking, viajo con un coche compartido y me alojo con Airbnb. He dado también apoyo a diversas campañas de crowdfunding, he encontrado piso en el tablón de anuncios de Loquo, tengo una pequeña inversión en préstamos entre personas, daré clases en Foxize, he ido un par de veces a cenar con Eatwith…”.

Las empresas deben empezar a relacionarse con los “consumidores” teniendo en cuenta este nuevo perfil: hay que ampliar los roles que se le otorgan al ciudadano, tantos como sea posible. El ciudadano ya no es un consumidor pasivo, ahora tiene el poder y decide no sobre la compra, sino sobre tu negocio y tu sector.

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